Las impresoras de inyección son, junto con los dispositivos láser, la tecnología de impresión más extendida en el mercado actual. La calidad que son capaces de ofrecer modelos de fabricantes como HP, Canon, Epson y Lexmark y su precio, todavía inferior al de sus competidores láser, han otorgado a estos periféricos la primacía en el sector de consumo y pymes. Por lo general, el usuario que compra una impresora de inyección guía su elección por criterios como el número de páginas por minuto o la resolución, y sin embargo es el funcionamiento interno lo que determina realmente la calidad del producto.
En cuanto a los Sistemas de impresión, se pueden encontrar dos tecnologías de inyección diferentes impresión térmica e impresión piezoeléctrica. La diferencia entre ambos mecanismos reside en la manera como las gotas de tinta se transmiten desde el cabezal de impresión hasta el soporte final del documento. En el caso de la impresión térmica, empleada por Hewlett-Packard, Lexmark y Olivetti el proceso se realiza mediante un instantáneo pero extremo calentamiento de la tinta que provoca la evaporación del líquido y el aumento de la presión de la cámara donde se encuentra. Un pulso eléctrico hace elevar la temperatura del chip y éste transmite el calor a la tinta hasta 600 grados centígrados, temperatura superior en proporción a la existente en la superficie del sol. La presión que se genera al evaporarse el líquido dentro de la cámara de calentamiento es tan intensa que hace proyectarse la tinta sobre el papel a una velocidad de 500 pulgadas por segundo, con el único obstáculo de una resistencia colocada frente a la compuerta de expulsión del cabezal. Finalmente, la cantidad y el color de la tinta se regulan mediante los drivers del aparato.
La tecnología piezoeléctrica, en cambio, se beneficia de la facultad de ciertos materiales de producir corrientes eléctricas cuando se ejerce sobre ellos una pequeña presión y, a la inversa, de variar su morfología inicial cuando se les imprime una corriente eléctrica. En concreto, consiste en aplicar una tensión a un cristal de cuarzo oscilante, lo cual provoca la apertura de una pequeña ranura tras una membrana que absorbe la gota de tinta. Al recuperar su posición original, dicha membrana crea un vacío que expulsa la tinta hacia el exterior.
Lógicamente, la emisión de unas gotas tan pequeñas presenta como ventaja una mayor precisión en la impresión y un período de secado más corto. De hecho, Epson ha llegado a reducir el tamaño de la gota hasta un diámetro aproximado de 33 micras (milésimas de milímetro) o tres picolitros, con lo que se obtiene una mayor nitidez en la imagen final.
Sin embargo, esto acarrea también un problema de velocidad, ya que se obliga al dispositivo a realizar un mayor número de pasadas. Este inconveniente se reduce aplicando diferentes tamaños a la gota y eligiendo después el que debe usar, dependiendo de la densidad del color.
Antes de decantarse por una u otra, conviene sopesar las ventajas e inconvenientes concretos de cada tecnología. En primer lugar, el sistema piezoeléctrico tiene su talón de Aquiles en los inyectores. De no seguirse unas ciertas instrucciones de uso, suelen sufrir obstrucciones y fallos que exigen reparaciones tan costosas que a veces es preferible comprar una impresora nueva. Además, cada vez que se produce alguna irregularidad en estos componentes, se deben purgar antes de cada impresión los conductos por donde circula la tinta, lo que implica un considerable gasto de tiempo y de tinta, y finalmente también de dinero.
En el caso de la termo-inyección, las altas temperaturas que deben soportar los inyectores hacen que éstos deban ser reemplazados con más asiduidad. Para solucionar este problema, Lexmark, HP y Olivetti integran un nuevo cabezal con múltiples inyectores en cada uno de los cartuchos. De esta forma, no sólo se hace innecesario purgar una y otra vez los conductos, sino que cada vez que se cambia un cartucho es como si se adquiriese una impresora nueva. Desgraciadamente, ello se refleja claramente en el coste de estos sofisticados cartuchos.
Canon, por su parte, plantea una fórmula llamada Bubble Jet que permite adquirir por separado los paquetes de tinta y los cabezales de impresión termoinyectiva. Así, el coste de los cartuchos se abarata, puesto que están desprovistos de cabezales, y éstos sólo deberán sustituirse cuando el usuario considere insuficiente la calidad de las impresiones.
En línea con esta estrategia de flexibilización, Canon se distingue de la mayoría de los fabricantes por vender los cartuchos de color en módulos separados en casi todos sus modelos. Sin embargo, como ya se ha indicado, este sistema sólo es aconsejable en determinados entornos donde se imprime casi siempre en un mismo color, pues cuando éste se agote sólo habrá que comprar el cartucho correspondiente. Por el contrario, para la mayoría de usuarios domésticos, que suelen gastar todas las tonalidades a un ritmo similar, adquirirlas por separado resultará más caro y engorroso.
En un plano más general, hay que referirse a dos indicadores que definen el rendimiento de cualquier impresora en la práctica. El primero de ellos es la resolución máxima soportada, que en realidad se origina por la combinación de dos parámetros la resolución hardware o resolución real de la máquina, que actualmente ronda los 600 puntos, y la resolución interpolada, que es la que se refleja en el papel tras aplicar un determinado software y oscila entre 1.440 y 2.400 puntos.
Conviene conocer ambos parámetros, ya que en algunos modelos sólo se consiguen resoluciones altas con un cierto tipo de soporte, como por ejemplo el papel fotográfico. Además, con mucha frecuencia sucede que al imprimir a la máxima calidad el dispositivo debe generar en el disco duro un fichero de enorme tamaño destinado a prevenir interrupciones en la transferencia de datos, a la manera de un buffer. Este proceso acarrea una considerable pérdida de tiempo antes de comenzar a imprimir.
La segunda variable que debe considerarse es el número máximo de páginas por minuto que el dispositivo es capaz de imprimir. Casi todas las impresoras se sitúan entre las 8, 10 y 12 ppm, pero es preciso relativizar estos valores, ya que son los que se alcanzan en blanco y negro y a la mínima calidad posible, por ejemplo, en modo borrador.
El factor determinante para que la calidad teórica de una impresora se plasme en el papel son los drivers o controladores que acompañan a la máquina. Ellos son los responsables de que modelos con el mismo hardware tengan en la práctica prestaciones diferentes. Representan todas las señales lógicas que indican dónde se ubica cada punto en el papel y qué tonalidad ha de aplicarse sobre él, proceso que debe efectuarse, además, con la suficiente rapidez como para facilitar una velocidad de impresión adecuada.
Hoy en día estas aplicaciones no sólo otorgan al usuario control sobre el estado del equipo o la calidad de impresión, sino que le permiten elegir un tipo de papel determinado, visualizar el estado de los cartuchos o modificar a su criterio los parámetros de brillo y contraste. Hay que decir, no obstante, que las mediciones del estado de los cartuchos son creíbles siempre que se instalen llenos, puesto que si se reemplazan por unos a media carga el sistema es incapaz de detectarlo.
Otra novedosa opción es activar avisos sonoros para que el driver ponga de manifiesto, a través de los altavoces del PC, cualquier cambio en la impresión o cualquier problema surgido durante la misma. Finalmente, el software de impresión puede resultar útil en el trabajo con presentaciones, ya que es posible visualizar en pantalla el modo en que se desee realizar la impresión, sea como texto a doble cara, como folleto o como documento exclusivamente gráfico.


