Pasadas las 12.30 del mediodía de ayer lunes 28 de abril, la Península ibérica se quedó literalmente a oscuras. Un súbito descenso de frecuencia en la red de muy alta tensión desconectó en cascada centrales y subestaciones hasta cortar el suministro a casi toda la España peninsular, Portugal, Andorra y, durante unos minutos, el sudoeste de Francia. Solo Baleares, Canarias, Ceuta y Melilla escaparon al llamado “cero” de Red Eléctrica. El 90 % del territorio afectado recuperó la luz ya en la madrugada del día siguiente. De hecho, en muchas zonas la interrupción superó las 12 horas, convirtiéndose en el mayor apagón de la historia moderna de España.
Las cifras dan idea de la magnitud: se perdió instantáneamente el equivalente al 60% de la demanda española, unos 15 GW. Unos 30.000 agentes de seguridad fueron desplegados para evitar incidentes, mientras trenes, semáforos y redes móviles colapsaban. Prácticamente todo el país, y el vecino Portugal, quedaron paralizados. A media tarde comenzaba una recuperación lenta y escalonada, asistida por la interconexión con Francia y Marruecos, pero las autoridades admitieron que “algo similar nunca había ocurrido”.
REN, el operador portugués, atribuyó el origen a un fenómeno atmosférico inusual: vibraciones inducidas por fuertes variaciones térmicas en el interior de España que hicieron oscilar las líneas de 400 kV más allá de los 50 Hz normativos. El desajuste se propagó por la malla europea y desencadenó desconexiones automáticas en plantas ibéricas y una francesa. Por ahora se descarta un ciberataque, aunque los Consejos de Seguridad de ambos países siguen investigando.
La jornada dejó imágenes inauditas: estadios convertidos en albergues improvisados, vecinos alzando móviles hacia el cielo en busca de señal y comercios iluminados a la antigua usanza, con velas y linternas. Pero también mostró la diferencia entre sistemas protegidos y no protegidos: hospitales, aeropuertos y algunos centros de datos pasaron la crisis gracias a infraestructuras diseñadas para funcionar sin red.
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La lección tecnológica tras el apagón
Aunque los cortes totales de energía son raros, bastan unos segundos sin suministro para corromper bases de datos, perder transacciones o dejar inservibles equipos críticos. La buena noticia es que existen soluciones informáticas, algunas al alcance de cualquier usuario, otras pensadas para empresas, capaces de amortiguar el golpe. A continuación, repasamos las principales, con un breve esquema de cómo actúan durante un apagón.
Sistemas de Alimentación Ininterrumpida (SAI)
Los SAI son la primera línea de defensa. Integran baterías de alta descarga y circuitos que conmutan en milisegundos para suministrar corriente estabilizada cuando detectan la mínima caída de tensión. Esto da desde 5 hasta 30 minutos, según capacidad, para cerrar servidores ordenadamente o arrancar generadores. Además filtran picos y armónicos, alargando la vida de discos y fuentes de alimentación. En entornos domésticos protegen ordenadores y routers; en pymes, armarios de comunicaciones; y en centros de datos, racks completos con redundancia N+1. La clave es dimensionarlos según consumo real, prever pruebas periódicas y sustituir baterías cada tres a cinco años.
Software de copia de seguridad y recuperación rápida
Sin energía, el hardware puede apagarse, pero la información debe sobrevivir. Las suites de backup realizan instantáneas periódicas, locales y fuera de sitio, que permiten restaurar sistemas en cuestión de minutos cuando vuelve la luz. Las herramientas modernas integran deduplicación, cifrado y verificación automática para garantizar que los datos no se corrompen si la interrupción se produce en medio de una escritura. Combinadas con réplicas continuas (continuous data protection), reducen el punto de pérdida a unos segundos y el tiempo de recuperación a lo que tarde en levantarse la infraestructura de destino, ya sea un servidor físico, una máquina virtual o un contenedor.
Generadores eléctricos para servidores y centros de datos
Cuando la autonomía de los SAI no basta, entran en escena los generadores diésel, de gas o en centros hipereficientes de biogás. Incorporan arranque automático y conmutadores de transferencia estática que sincronizan la frecuencia antes de asumir la carga, evitando microcortes. El combustible se almacena en depósitos redundantes; los contratos de reposición prioritaria y los test semanales son imprescindibles para que no fallen justo el día del apagón. En instalaciones de misión crítica se usan varios grupos en paralelo para cubrir mantenimiento y picos de demanda, con escapes filtrados y sensores que detienen el motor si detectan fugas o incendios.
Servicios en la nube y redundancia geográfica
En entornos tan complejos como los centros de datos, un corte de energía activa automáticamente los grupos electrógenos que abastecen la instalación. Como estos motores requieren algunos segundos para arrancar y estabilizar la corriente, la continuidad queda a cargo de SAI, que sustituyen de inmediato a la red y cubren ese intervalo sin ningún vacío de suministro en las salas técnicas. Tras completarse el arranque, los generadores asumen la carga de servidores, climatización, monitorización y demás sistemas del centro.
Migrar aplicaciones a proveedores cloud con presencia multirregional garantiza que un fallo eléctrico local no interrumpa el servicio. Las nubes públicas replican datos en centros separados por cientos de kilómetros y ofrecen conmutación automática de tráfico. Configurar zonas de disponibilidad distintas y habilitar balanceadores globales permite que, si la región europea sufre un desembarco de oscuridad, los usuarios sean derivados a nodos en Irlanda, Alemania o incluso América sin percibir cortes. Además, funciones serverless y contenedores facilitan reinicios ultrarrápidos cuando la plataforma detecta la pérdida de instancia.
Powerbanks y soluciones de carga portátil
Para profesionales móviles o teletrabajadores, una batería externa puede ser la diferencia entre seguir operando o quedar totalmente incomunicado. Los modelos de 20.000 mAh alimentan un portátil «ultrabook» unas dos horas; los de 5.000 mAh mantienen encendido un smartphone todo el día. Los hay con puertos USB-C de 100 W, pantallas de nivel de carga y compatibilidad con carga pasante, lo que permite usar el equipo mientras la powerbank se llena cuando vuelve la red. En hogares, las estaciones portátiles con celdas LFP y salidas AC de 2 kW pueden sostener el frigorífico, el Wi-Fi y la iluminación básica durante la noche.
Monitorización energética inteligente y automatización
La visibilidad es poder: sensores IoT, medidores inteligentes y plataformas de gestión analizan tensión, frecuencia y consumo en tiempo real. Si detectan anomalías, disparan apagados seguros, envían alertas por satélite y reconfiguran flujos de trabajo, minimizando daño. En centros de datos, los BMS (Building Management Systems) integran clima, seguridad y energía; pueden priorizar cargas críticas, desactivar servicios no esenciales y optimizar el arranque escalonado cuando regresa la electricidad para evitar un pico que dispare protecciones. En el hogar, enchufes inteligentes pueden cortar aparatos sensibles, televisores OLED, consolas, NAS, antes de un bajón y reconectarlos después de comprobar la estabilidad de la red.
Prepararse hoy para el próximo “cero”
El incidente de ayer demostró que incluso redes eléctricas avanzadas pueden fallar de forma repentina y a gran escala. Pero también evidenció que la tecnología ofrece herramientas robustas para mantener a salvo datos y equipos. Invertir en SAI, backups probados, generadores bien mantenidos, estrategias multicloud, powerbanks adecuados y una monitorización proactiva no es un lujo, sino un seguro de continuidad. Porque, como repiten los ingenieros de Red Eléctrica al hacer balance, la pregunta no es si habrá otro apagón masivo, sino cuándo. Y la resiliencia digital empieza mucho antes de que se apague la última bombilla.