“Vamos a contar mentiras”

CRISTINA LÓPEZ ALBARRÁN. Con el verano la voracidad recaudadora de la SGAE llega a los chiringuitos y las fiestas populares. Si los propietarios y organizadores, respectivamente, no pagan el canon podrían ser acusados de difundir ilegalmente música en lugares públicos.

Publicado el 29 Jun 2009

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Llevo unos cuantos meses dándole vueltas al tema de la SGAE. Y es que, igual que me parece increíble que seamos los mismos (el currela de turno) quienes tengamos que resucitar de sus cenizas al fénix del capitalismo (dícese de otro modo, al sistema bancario), no comprendo que una organización que presume de ser la abanderada de los “derechos de autor” siga chupando del bote y de las formas más inverosímiles. A las pruebas me remito.

Pasando por el turbio asunto, y no el único de esta índole, de sacar tajada por la actuación benéfica de Bisbal (eso me recuerda a la comisión que siguen cobrando los bancos cuando se realiza alguna operación en una cuenta creada para recaudar dinero para fines sociales), la Sociedad General de Autores y Editores tiene tretas para todo. El caso es que si usted está pensando en organizar una boda, o cualquier otro evento que implique la difusión de música, ha de preguntar a la orquesta o DJ del local si en su tarifa está incluido el consabido canon por utilizar canciones protegidas. No sería la primera vez que la SGAE infiltrara un topo para detectar cualquier posible “irregularidad”. Esta jugada le valió una sanción de más de 60.000 euros en 2008 pero no causó su arrepentimiento pues la entidad declaró que volvería a repetirlo. Ingenio no le falta, la cuestión es, ¿paga por él?

Pero las anécdotas son muchas. Ándese con ojo también si es conductor de autobús y se le ocurre poner la radio. Puede que suenen canciones y que los pasajeros las oigan. ¡Ya la ha liado! pero mientras nadie corra con el cuento… Los pobres chavales van a las excursiones del cole en un silencio sepulcral pues, tal y como está el patio, cualquiera se atreve a poner un DVD sin haber pagado el “impuesto” correspondiente, y más en tiempos de crisis. Aguante usted a una chiquillería descontrolada en pleno trayecto. ¿El “Vamos a contar mentiras” también cuenta? ¿Dónde están los límites? Yo creía que la música se creaba para ser escuchada y compartida no para el lucro de unos cuantos. Menos mal que muchos grupos musicales se han cansado de un sistema que no aporta ningún beneficio a los artistas y han decidido plantarle cara a sus discográficas colgando sus discos en la Red (Coldplay o

Por otro lado, con el buen tiempo llega también la polémica. Chiringuitos y fiestas populares están ahora en el punto de mira. Si en estos lugares, considerados públicos, no se paga la cuota debida podrían ser acusados de difundir ilegalmente música. ¿Se imaginan?

Así las cosas, me pregunto si la avalancha de visitas y descargas de vídeos y canciones que ha producido la muerte de Michael Jackson será sancionada por la SGAE. Aunque me temo que contratar a un detective privado para tantos lugares de España no va a ser fácil, para ello deben llenar todavía más sus arcas.

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Cristina Albarrán

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